“Que
se quiebre, pero que no se doble”, escribía Leandro N. Alem antes de pegarse un
tiro en el carruaje que lo llevaba al Club del Progreso, en esa noche fatal del
1° de julio de 1896. La Unión Cívica Radical se conformaría a la sombra de
Hipólito Yrigoyen, el primer presidente argentino tachado de “populista” que
hacía esperar a sus ministros para atender a la chusma orillera.
“Somos una Argentina colonial: queremos ser
una Argentina libre”, decían los jóvenes de FORJA en 1935 cuando tomaban un camino
propio que los alejaba del partido y los arrimaba como protagonistas
indispensables del movimiento nacional que años después fue el peronismo.
Existió
también una “Declaración de Avellaneda” en 1945 en la que se sentaron las bases
de la intransigencia levantando un programa de desarrollo nacional y autónomo.
Todo al margen de las estructuras partidarias, que iban a ir para otro lado.
Cosas
de la política y la historia. La cuestión es que el partido radical supo
orientar gran parte de la vida nacional cuando fue esa Causa que se oponía al
Régimen. El Régimen no era otro que la República Conservadora de la generación
del Ochenta, el roquismo, la corrupción de un Estado diseñado para crecer hacia
afuera y para los de afuera que dio cabida a la “década infame”.
Tuvo
blasones la UCR. También fue la inventora del gorilismo, o su más conspicua
placenta. Los enemigos del país, los de adentro, supieron sembrar la división y
el odio hacia lo popular, institucionalizarlo. Podría haber sido diferente,
pero no lo fue.
Hoy
tampoco. Sin hacer traslaciones mecánicas, la UCR como partido institucional ha
vuelto a optar por el Régimen. La derecha política tardó décadas en recuperarse
y poder dar una respuesta “dentro” del régimen democrático. Descuartizado el
Partido Autonomista Nacional, pudo sacar la cabeza tímidamente con la Nueva
Fuerza y luego con la Unión del Centro Democrático. Pero eran agrupaciones
débiles, aunque ideológicamente productivas. El PRO es la concreción de aquella
esperanza blanca que nunca podía cristalizar. Pocos hubieran podido prever que
iba a ser justamente el partido de los ideales republicanos más que centenario,
el que le diera el andamiaje nacional que andaba necesitando para poder
disputar seriamente la conducción del Estado. Pero así es.
El
radicalismo de Alfonsín se reivindicaba socialdemócrata. Fue el último intento
en ese sentido. Como todos sabemos, llegó el 2001 y las definiciones quedaron
en el aire mientras el helicóptero en el que huía De la Rúa despegaba de la
terraza de la Casa Rosada. Los radicales nunca se recuperaron de eso; aunque
aún los números le den para ser en lo concreto la segunda fuerza nacional.
De
Alfonsín quedan sus ideas, también sus hechos contradictorios (como los tuvo
Yrigoyen), sus claroscuros. Pero aquí en la tierra sólo quedó el saco grande
que calza Ricardito que habla parecido, repite gestos, pero no atina a conjugar
palabras con ideas. El drama primero, luego la farsa.
Daría
para enrostrar la vergüenza tal vez, refugiarse en aquellos blasones y acusar a
los mediocres y oportunistas. Pero para eso habría que ser radical y sentirse
profundamente ofendido con los mercaderes del templo. No sobreactuemos nosotros
y menos con la desgracia ajena.
Mi
viejo era radical. Al pie del cajón sus hijos pusimos un gran ramo de
crisantemos rojos y blancos; habían pasado dieciocho días del 10 de diciembre
de 1983. Era su gobierno, no el mío. Fue respeto, no adhesión. También algo de
admiración, porque después de todo el viejo siempre discutió conmigo de
política y discutíamos fuerte. Pero era el tema que nos separaba, sin
distanciarnos. Recuerdo en el ’72 cuando me dijo: “solo a un salame como vos se
le puede ocurrir que Perón es socialista”.
Esto que hicieron sus correligionarios, le hubiera traído angustia y
dolor. Por eso no puedo burlarme.
Poniendo
en limpio un poco… El Radicalismo nació como un partido liberal en el mejor
sentido de la palabra y ese es un sentido histórico, porque no creo que haya un
buen sentido en la palabra “liberal”. Liberalismo político pero también económico,
mal que les pese a todos los que intentaron hacerlo nacional y popular. No es
extraño ni tan claro que no tenga ideológicamente nada que ver con el
liberalismo del PRO. Y no es por la historia reciente, esa que escribe el bruto
de Sanz recordando que de diez votaciones en el Congreso, en nueve coincidieron
con el PRO. Venían barranca abajo, en una caída libre sin atenuantes, no podía
ser otro el resultado.
Me
tocó ver a algunos radicales, militantes orgánicos de la Ciudad Autónoma de BA,
mimetizarse en las listas del naciente PRO, haciendo guiños a la derecha como
quién engaña para preservarse. Pero no eran guiños, era la verdad. Vi a
miserables colgándose de listas, obteniendo bancas, manteniendo privilegios
ante la marejada, cambiándose la camiseta mientras decían “pero yo sigo siendo
radical”. Esa cosa como que la “política” tiene que seguir, que hay que
colgarse de algún lado. Y la sigla ya no daba. Recuerdo una triste despedida
del nombre del “bloque UCR” en la Legislatura porteña, cuando el último
legislador por el espacio dejó su banca.
Se
dobló, pero fue hace mucho. No se rompe, porque son muchos los que tienen que
comer aún del animal caído y muerto. Carroñeros.
Imagino
que muchos viejos boinablanca se andarán conformando con que, de alguna manera,
esto sirve para ir en contra el enemigo de toda la vida que no es el Régimen,
sino el Peronismo. Porque muchos radicales no son tan miopes como algunos
peronistas y se dan cuenta de que el kirchnerismo es sincera y redondamente,
peronismo. Y se van animando, como cuando uno cuenta un chiste pasadas las doce
en un velorio y los de al lado lo festejan.
Triste,
solitario, no final. El Radicalismo no se acaba por esto, es imposible saber adónde
lo llevará la crisis de partidos que se abrió en la Argentina. El peronismo lo
sobrelleva mejor porque tiene más garra, más aguante, más ideas, más
conducción, mas todo, y porque va al poder como chancho a los choclos.
En
todo el drama, aparece la capitulación final del alfonsinismo, al menos de sus
otrora primeras espadas. Eso es vergonzoso. Quedó en soledad y marginal, la
palabra de Moreau, ese viejo adversario que ahora es un amigo. Bien por él y
por los que lo escuchen y lo sigan; si hay recuperación posible es por ese
camino.
Lo
hecho, hecho está. Habrá consecuencias en el tiempo, han abierto la caja de
Pandora y no saben lo que tiene adentro. Son unos irresponsables, aparte de
gorilas e inútiles.
No
todos los radicales. Nunca son todos, ni todo el tiempo.
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