El peronismo ha sido –desde su nacimiento- el gran afirmador
y, al mismo tiempo, el más tenáz refutador del sistema capitalista en la
Argentina.
La doctrina y la ideología profunda que la sustenta, diseñan
en el imaginario un tipo de capitalismo de Estado, regulador de las tensiones
provocadas por las distintas facciones del capital por un lado, y árbitro
indispensable para lograr los equilibrios sociales necesarios para la
reproducción de la sociedad (capitalista). Un Estado que interviene activamente
en la economía, impulsa el crecimiento de la industria y redistribuye el
ingreso en favor de los trabajadores y los humildes.
Bien. Eso ha sido el peronismo de Perón en sus tres
presidencias. Si, en las tres. Del período “original” (1946-1955) conocemos los
trazos gruesos. Los controles que el conservadurismo liberal de la “década
infame” habían ensayado –Junta Nacional de Carnes y Junta Nacional de Granos;
Banco Central- se potenciaron con el IAPI , las nacionalizaciones de los
transportes y la energía. Se utilizó al máximo la capacidad industrial
instalada y se pasó definitivamente del viejo taller a la fábrica, por ser
esquemático. Los Planes Quinquenales de aquel peronismo fundacional establecían
los caminos para arribar al estadio de la industria pesada, indispensable para
un despegue nacional autónomo (tal vez la única posibilidad contemplada en el
esquema capitalista).
El desarrollo social propiciado históricamente por el
peronismo se condice con ese diseño de base económica. Si se entiende a los empresarios
y al capital como un polo poderoso, es necesario equilibrar mínimamente al otro
polo, el del trabajo, para ponerse a tono en un proyecto de “empresa nacional”.
Además, en un diseño de fuerte crecimiento del mercado interno y culminación
del proceso de sustitución de importaciones, es clave contar con consumidores a
la altura del desafío. Trabajadores sin ley y al libre arbitrio del capital
desatado, genera a la larga o a la corta dos problemas que ningún gobierno con
proyecto nacional desea tener: por un lado un obstáculo insalvable para la
sustentación del desarrollo económico; y por el otro, la rebelión de los de
abajo (más temprano o más tarde).
Si esto lo escribiera un exponente de la izquierda (aún la
llamada “nacional”), lo siguiente sería pasar a la fundamentación de un
hallazgo recurrente: el peronismo aparecería como “bonapartismo”, “populismo”,
o lisa y llanamente como la mejor y más osada herramienta de la burguesía (o de
un sector preclaro de ella) para consolidar y asegurar la reproducción del
capital y el sistema mismo.
Por suerte (para mi) no es así. Aún acordando con lo
esencial del planteo, creo que al asunto le falta la vuelta más interesante. La
casualidad de los hechos -más que las causalidades-, entendiendo por
“casualidad” el resultado que ocurre sin que fuera el buscado, pero que
figuraba cuya posibilidad en el bagaje con el que se abordaba la realidad…
repito, ese tipo de casualidad hizo que la alianza de los famosos militares
“industrialistas” que lideraba Perón (él y un puñado de camaradas de armas) se
estableciera con dirigentes sindicales que conformaban –pero no dominaban aún-
la CGT, más sus representados.
Quedará para la especulación si Perón pretendía un
movimiento nacional articulador de una nueva Argentina con antiguos partidos
políticos (caso la UCR) y los empresarios comprometidos con el despegue al que
aludíamos antes. Si la clase obrera era uno más de los convidados. Lo real
suele ser lo verdadero (queda como que lo pensó uno) y el tema es que la clase
obrera argentina en su conjunto (mayoritariamente) y con muchos de sus
dirigentes a la cabeza fueron el socio, el amigo y el hermano. Así, el
peronismo se hizo en familia.
Teniendo en cuenta este elemento, se entiende la enorme
potencialidad que adquirió su programa social, proclamado al tiempo que se
hacía realidad efectiva desde que a fines del ’43 Perón pide la Secretaría de
Trabajo y Previsión. Lo sabido: todos los derechos del trabajador (la lista es
larga, por suerte). Y más aún, cuando Evita se desata con la Fundación y la
legislación que se hizo ley con la Constitución de 1949 y el voto femenino.
Ampliación de derechos, resarcimientos, homenajes y reivindicaciones. En
algunos casos, algo más que una mano en el hombro o una promesa de plegaria. El
peronismo se define por la justicia social. Fue justicialismo.
Había una base social que empujaba y bancaba un programa así.
No lo exigía; en base a lo visto entre 1943 y 1946, lo esperaba y por eso
habían votado como habían votado. Si no se cumplía, entonces si, en la calle y
en la fábrica y gritado bien alto para que se enterara Perón. Porque no se les
ocurría culpar a Perón por las demoras y los incumplimientos, sabían muy bien
que se trataba de la patronal malaganera, los especuladores y todos esos cosos
que la habían pasado de película hasta ese momento.
Mi amigo Edelmiro F. siempre me dice que el peronismo fue
como un colador para las infiltraciones, pero no se refería “a la zurda”. La
izquierda nacional como los muchachos de FORJA antes, dice, hicieron un aporte;
no vendían gato por liebre. El amigo se refiere en primer lugar al
“desarrollismo” de Frondizi y Frigerio que trató de convencer a los compañeros
que era posible un Estado de Bienestar con la ayuda de las multinacionales. En
la práctica terminó con el plan CONINTES y la represión a los laburantes.
Era la época del peronismo heróico y esforzado, sufrido de
la Resistencia que, si uno mira generosamente es esa época difícil que va desde
el ’55 al triunfo del ’73. Un tiempo de radicalización política y lucha que
algunos quisieron ver con temor como una desvirtuación del peronismo. Pero la
desvirtuación venía de otro lado, de esa pretensión que se hizo costumbre de
querer manejar, ponerle cabeza, al gigante bobo.
Perón volvió y gobernó otra vez. Y más allá de todo (en lo
que no vamos a entrar ahora porque nos vamos a otro lado), el año 1974 marcó
una recuperación económica incipiente. Cuántos años nos pasamos reclamando los
convenios colectivos y el nivel salarial de 1975…
El sufrimiento ideológico mayor fue en los noventas. Con
lenguaje peronista se desmanteló el Estado Justicialista y se terminó de
pulverizar lo que la dictadura había agarrado a mazazos. No es cuestión de
andar contando lo que todos deberían saber. Hasta los trabajadores dejaron de
serlo.
Ahí si fue posible que cualquier cosa fuera peronismo. Sus
defectos no pasaban porque alguno metiera la mano en la lata, se aficionara
enormemente al turf o corrompiera con cabarutes a los delegados que venían del
Interior. No señor, ahora se iba a hacer en serio. El liberalismo podía ser
peronista y las marchas fueron de desocupados y de nuncaocupados.
El problema no era que el peronismo no tuviera doctrina, o
que su ideología no saliera del capitalismo. El problema era que muchos
peronistas no tenían vergüenza.
Pero no se notaba tanto, parecía otra desgracia que caía
desde el cielo en un país que se hacía anarco sin anarquistas, anómico y
puteador del Estado, como enseñaban los señores que habían sido los dueños del
Estado.
De golpe llegó ese peronista que no nombraba a Perón al pedo,
el de los mocasines. El de la bic negra. Y se notó. El peronismo fue otra vez
peronista, y para muchos pibes fue el primer peronismo. Uno no va a ser la
apología del kirchnerismo, negar sus idas y venidas, las zonas sinuosas en que
la década ganada tuvo derrotas y errores, porque alcahuetes hubo siempre y
aplaudidores también. Pero lo que queda claro, es que el peronismo está vivo.
En estos años tuvo y tiene este sello que fue capáz –como genuino peronismo- de
ser frentista liderando partidos y movimientista conteniendo nuevas realidades
políticas de lo más variadas. Progresistas incluídos.
En este año y medio, días más días menos, que restan del
mandato de Cristina se irá conformando el futuro, más allá de quién sea el ungido
del 2015. El peronismo irá hacia una nueva síntesis y a otra etapa de su
increíble historia.
Es cierto que la democracia entiende de números y que los
votos son votos. Perón decía que si se quedaba sólo con los buenos, se quedaba
con pocos. Para esto hacen falta mayorías, como siempre hicieron falta.
Imaginemos ¿no? Que si para transitar un proceso que va del infierno del
capitalismo salvaje al purgatorio en el que vivimos, muchas veces no
conseguimos hacer que vengan todos los que tenían que venir… que si algunos por
esas cosas de la vida le ponen el voto a fulanos que van para atrás (y dicen
que van a ir para atrás acelerando). ¿Cómo sería plantear ir para adelante
enfrentando a cada poderoso, a cada inflacionador de precios, a cada chorro que
vive como un duque y paga impuestos como un jubilado con la mínima, a cada
especulador que se las da de empresario?
Y encima afuera está el mundo, ese mundo desarrollado
angloparlante con sus fondosmonetarios, sus clubesdeparís, sus
consejosdeseguridad, sus oenegés multinacionales, sus enormes ejércitos. Aunque
no salga mucho de todo esto en los noticieros y todo aparezca como una mezcla
de corrupción oficial y policiales.
Este peronismo del siglo vientiuno vino a digitalizar esa
foto vieja de fulanos en la fuente, los del techo del tranvía, en una plaza
colmada a la noche esperando que les hablaran, pero sobre todo que los
entendieran. El peronismo es así, como la SUBE, parece que hubiera existido
siempre y entonces uno se olvida…
O no.
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