Frases cortas, contundentes. De a ratos pausado, de repente enérgico y con un enojo que cede en seguida, como le pasaría a cualquiera que casi casi pierde la paciencia. Pero no, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de BA se contiene. Vuelve la mesura, la lógica del sentido común. Aún no enmenda la corrida de letras hacia el final de frase que recuerda la procedencia, tal vez nunca fue un objetivo enmendarla.
Pero arma un discurso con un par de ideas claras. Un discurso sin decurso, atropellado y con poca ilación, pero se entiende.
Apelo a la memoria, sin citas, la reflexión parte de haber visto algo de “Hora Clave” (el programa eterno de un eterno M. Grondona, ahora casi en off) el pasado domingo (12/08/2012). El tema puntual era el prolongado paro de subtes y los famosos “metrodelegados”. Los mismos que, apenas un rato antes, suspendían la medida de fuerza tomándose de éxitos parciales en cuando a condiciones de trabajo (y dejando para los días que vendrán la conclusión de la casi única paritaria abierta, luego de más de 1.500 firmadas en lo que va del año… porque en este país hay paritarias todos los años desde 2004).
Y ahí aparece el “abordaje” del Jefe Porteño: los metrodelegados son un invento kirchneristas. Menudo invento que le costó al propio Néstor paro tras paro de subterráneos cuando estos delegados, aún casi no despegados de la UTA (Unión Tranviarios Automotor), pelearon con éxito la consideración (nuevamente) de su trabajo como “insalubre” (recordemos que trabajan bajo tierra) y el reconocimiento de su organización, amén de la rejerarquización salarial de la actividad entre un mar de otras cosas. Muchos coincidíamos con las reivindicaciones, pero nos disgustaba el abuso del recurso de huelga prolongada, “estos troskos” decíamos. Algunos de esos dirigentes se volvieron K, K de críticos también porque cualquiera que los escuche se da cuenta de que no acuerdan “disciplinadamente” con el Gobierno.
Pero lo que tenía que quedar en claro es que el paro –de 10 días- se terminaba si Cristina o uno de sus esbirros levantaba el teléfono y le daba la orden a Pianelli o a Segovia. Que se trató de un paro “político” (es decir, subversivo, casi obra de Al Qaeda) contra la gestión del PRO en la Ciudad. Y el periodista (el muleto de Grondona) que le tira un centro: ¿Ud cree que si se baja de la carrera presidencial esto se soluciona? Impecable.
En ese momento empieza la otra parte, la de las dos ideas.
La primera: Cristina va por todo. La hegemonía K. Desde diciembre del año pasado (lo del casi 55% es un detalle que no vale la pena recordar parece, o seguramente ahora es mucho menos, o las mayorías circunstanciales no dan derecho a hegemonizar, o estos negros de mierda votan cualquier cosa, o la democracia es una garcha la verdá), el Gobierno –Cristina- se lanzó a una política sistemática de destrucción de toda oposición. Claro, a la mayoría no hizo falta hacerle nada, porque ya se lo había hecho la gente en dos elecciones. Pero ahí están las desventuras de Scioli y los ataques contra la Ciudad de BA para demostrarlo. Los gobernadores cooptados (esos corruptos), muchos “K” que dicen lo que piensan (en contra de su propio Gobierno) pero después llegan hasta el muñón de tanto aplauso. En fin. Queda él.
Macri, el abanderado de los soberbios, está dispuesto a dar la batalla cultural, porque desde el vamos no la define como política (y mucho menos económica). Y dice: nos dicen cuántos dólares podemos comprar, adonde podemos viajar, qué bienes podemos tener, no podemos importar, las empresas no encuentran financiamiento ni pueden producir, no podemos contraer deuda en el exterior a tasas favorables (¿será en Andorra?). Y más, tanto como para llegar a Chávez. Un chavismo a la argentina.
Y va la segunda idea, la del autosacrificio. El le va a decir “basta”. En nombre de todos los argentinos bienpensantes (a derecha y a izquierda) que, como él, creen que otro país es posible. Pero están cansados, hartos pero sobre todo cansados (del peronismo). Por suerte Macri está más que descansado. Y los quiere liderar.
El argumento –porque detrás de los balbuceos y la mandíbula trabada hay un argumento- hace base en otro primigenio de la Madre de todas las Batallas, la doctora Elisa Carrió (que, como La Momia, trae secuelas) y es este: los gobiernos son legales (por mayoría de votos) pero también tienen que ser legítimos (porque construyen y/o defienden la República). Algo así como decir que existe una forma de zafar de las mayorías electorales y autodenominarse guardián de las esencias del régimen democrático (aunque para ello haya que violarlo). Es una vieja idea fabricada por el Pentágono, el Consenso de Washington y distribuida por las Embajadas del Imperio (y sus Fundaciones, en las que abrevan muchos de estos simpáticos “políticos” opositores). Ese algo cuya esencia tan bien denunciaron nuestros “intelectuales” en Carta Abierta (sigo prefiriendo “pensadores nacionales”) como “destituyente”.
Es la derecha neoliberal. No, es la derecha a secas, la que padecimos de Roca para acá, con esporádicas y breves (en algunos casos “gloriosas”) irrupciones de lo popular.
Cada uno es dueño de sus verdades (y responde por sus silencios), pero hay un momento en que se tiene que estar de un lado o del otro. Porque hay dos lados. Y no tiene nada que ver con perder el pensamiento crítico, más bien se trata de todo lo contrario.
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