martes, 29 de marzo de 2016

CANTAR LAS CUARENTA

Ese mismo día no lo imaginaba, pese a los titulares vespertinos de que "todo ha terminado". Los que algo nos interesaba, teníamos el estómago pesado y no como para atribuirlo a la cena. No sorprendió entonces la marcha militar de fondo a la lectura de los comunicados que se sucedían sin pausa. Eso que uno no conocía directamente por experiencia, era de esperar. Tras la muerte enorme de Perón, era sabido que el tiempo se acababa.

No me daba cuenta que también se trataba de no más guitarreadas en una plaza, del andar despreocupado jodiendo a la madrugada. No quería creer que el objetivo principal, era eso que iba aprendiendo sobre militancia y política. Algo se insunuaba cuando se nos estacionaban Falcon a oscuras cerca de la parroquia, porque de esa parroquia salíamos los sábados a la villa a patear una pelota con los pibes, limpiarle los mocos a los mocosos de pañal y merendar juntos, laburar en algo que se necesitara en la escuela, esas cosas solidarias y si se me permite, altamente ingenuas que conllevaban una posible condena a muerte. Dicho así parece exagerado o una pelotudéz.

Un poco porque no nos daban las bolas para ser guerrilleros, y otro poco porque pensábamos que el cristianismo revolucionario todavía podía esquivar los balazos, pero la militancia se iba forjando con demasiados mártires. Había sido un año terrible 1975.

Uno casi no se daba cuenta de que Perón ya no podía cuidar al país. Estábamos solos en un foso y estaban largando los leones. El 24 a la mañana la avenida Maipú acercándose a la Quinta, recibía a los vecinos tras bolsas de arena y te apuntaban con una ametralladora de pie. Soldados y cascos, camiones verdeoliva, órdenes, el fal de costado levemente dirigido hacia uno siempre.

La juventud se me sumergió en un lago de profundidad incalculable. Ahí empezó eso de ni un nombre en una agenda, ni un teléfono jamás, los documentos hasta para ir al baño. Costumbres que todavía se llevan. Nosotros éramos esos que no tuvieron que exiliarse, pero se volvieron invisibles como gente extraña de una ciudad perdida, esos mitos que en el fondo la gente cree que no existieron. Lo que fuéramos a aprender, lo aprenderíamos en dictadura.

En Dictadura fue la vida, porque siempre se habla de la muerte y está bien que se hable, es lo más importante para decir. ¿Y qué pensar, que los milicos eran malos? Los milicos, los empresarios, los civiles, alguno que otro vecino, los curas. Si alguien piensa que un burócrata como Videla inventando con dos más la Dictadura, está listo. Hacer una dictadura es una obra colectiva, de mucha gente, con muchos recursos, con planificaciones que se contraponen y superponen porque es un desorden. Es el gran desorden.

Se habló demasiado -nunca es suficiente viene uno a darse cuenta- de los objetivos de la Dictadura y todo eso. Todo bien, pero faltan cosas. Vinieron a cortarnos los dientes, a sacarnos las ganas, a matarnos para que naciéramos muertos. Y en muchos casos lo lograron, está a la vista...

Cosas que vienen a la mente sobre cuestiones personales durante la Dictadura, más allá de la Muerte con mayúscula y de la impiedad. Y ahora, cuarenta años después marchando por Av de Mayo… Tres horas parados en el mismo lugar en la columna de los gremios. Mucha pero mucha gente que va y que viene. Como me decía un fulano que casi nunca se mueve para estas cosas pero que esta vez estuvo, “vine no tanto por el número redondo, es que sentí que ahora había que estar”. Había que estar… porque ahora hay un gobierno que no es lo mismo que la Dictadura, pero que tiene vinculaciones profundas con el sistema económico por el que mató la Dictadura. Porque todo está en peligro, hasta la misma democracia (al menos en su versión inclusiva).

Y también porque las Viejas son con mucha posibilidad lo más creíble y confiable de la democracia argentina. Más allá de las militancias -pero gracias a muchas de ellas- y las posturas políticas coyunturales, las Madres se alzan como esa pared que quedó de la casa, la que resistió a la demolición y al olvido. Y uno se recuesta en la pared a imaginar cómo sería el living, desde qué ángulo se divisaría el jardín de una casa en la que jamás se estuvo. O sí. En momentos de desánimo y tristeza profundas –y los hubo, los hay- fueron el consuelo al mismo tiempo que la cura. El “levantáte”, y eso tan difícil de entender porque es contradictorio de que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”. Uno dice: la que se gana; pero la verdad y no estando de acuerdo conmigo, es la que se abandona. Le debemos todo a los que no abandonaron, lo sepan los boludos o no.

Si los pibes marchan y copan la plaza hoy es porque un montón de fulanos no aflojaron, aunque se supieran con flojera. En los noventas los que participaban en las marchas podían saludarse, porque se conocían. Ahora no. Por suerte.

Tenemos mucho en el haber, los tiempos cambiaron para mejor. Tenemos los doce años que, haciendo sumas y restas, da bien. Tenemos otra generación, la del relevo que al fin llega, esa que va inventando una historia que en algún momento nos tendrá a nosotros como un recuerdo lejano.

Y si viene ocurriendo que se detiene el paso de un minuto al otro, si en la noche abrís la heladera buscando algo y nosesabequé, y la garganta se hace un nudo lo mismo que el estómago… siempre estará ese reaseguro secreto marchando en rondas, en sillas de ruedas, con bastones, con la mirada alta y las venas azuladas, la palidez que por una vez no habló de la muerte. Las Viejas se llevan puestas todas las dictaduras. Y nosotros seguimos marchando atrás.

Ahora y siempre.



viernes, 18 de marzo de 2016

EL QUE NO AVISA...

Muchos tienen la palabra “traidor” muy en el pico; todo lo que se mueve un cachito más allá o más acá de la ortodoxia (que es de derecha y también de izquierda) huele sospechoso y puede ser pasible de configurar el delito moral de la traición. No me estoy burlando de nadie, ni pretendo banalizar cosas que son importantes. Valga la aclaración y dicha ésta, sigue la parrafada…

Es tan difícil la traición como la lealtad. Más aún, estos suelen ser conceptos biconvexos, bivalvos, emparejados, algo así. Se complica hablar sobre uno sin hacer referencia al otro. Y mucho se dijo sobre que la proclamación profusa de la lealtad puede encubrir una conducta traidora. Bien.

El general Cangallo (hoy Perón) decía que los había traidores y también leales porque no les convenía traicionar. Durísimo, brutal casi, así se vuelve uno quizás cuando conoce de memoria a la gente…

¿A quiénes no les convenía traicionar en estos doce años?, o bien ¿los que ahora tienen conductas desleales (vamos a ser finos), esperaban la oportunidad para abandonar el barco?

Los traidores no nacen traidores, habrá casos –no lo discuto- pero por lo general no hay bebés traidores. El traidor se hace. La oportunidad suele ser el marco, aunque no el vehículo. Alguno dice “la necesidad tiene cara de hereje” para justificar, por ejemplo, que un fulano que gestiona tiene responsabilidades y debe/estaría obligado a/transa con cosas que no le gustan o con las que no está de acuerdo para acceder a los recursos que le permitan hacer frente a esas necesidades. Pasando en limpio: que gobernadores e intendentes apoyen el acuerdo con los buitres porque necesitan que entre plata fresca (prestada de afuera o como sea) para pagar sueldos y seguir con la obra pública, o para que no se le incendie el distrito. Algo así de sencillo. Cosas de sentido común. Dicho así, la verdad es que es una porquería, aunque algo de verdades hay ya lo creo. No como justificación, porque esa vendría con cualquier argumento (aventuro).

Siempre se dijo que hay que ser pragmático, que un gobernante debe serlo, que el peronismo lo es por esencia. No me gusta el término “pragmático” porque conlleva la peligrosa compañía de una costumbre, tendencia, cuasi cultura, filosofía. Yo creo que el peronismo es fundamentalmente práctico, y por lo tanto se abstiene de plantear utopías irrealizables (lo cual sería una paradoja porque las utopías no tiene que ver con la realización, sino con los valores y la voluntad supongo). El peronismo opera en la realidad (su única verdad). Lo hace en base a una doctrina que se sustenta en valores, principios y supuestos ideológicos claros. Entonces no es “pragmático”. Los pragmáticos usan al peronismo como travestismo político.

De todas maneras, uno dice que algo de verdad hay en la argumentación y es que este no es un sistema federal de verdad, y los gobiernos provinciales y locales dependen exclusivamente del gobierno central, de su bonhomía y/o su chantaje, sean compañeros o no. En ese marco necesidad y herejía son primas hermanas, muy distinto de cuando empardaban necesidad y derecho con Evita. En fin. El federalismo es un tema que alguna vez habrá que resolver y terminar con la “solución liberal” que parío a la constitución de 1853 y que aún no fue saldada por las reformas que le siguieron (ahí espera en la sombra la del ’49, que algún peronista en el poder se acuerde de ella). Pensemos el federalismo como problema y no como definición del sistema republicano de la Argentina.

Paso y vuelvo. Están lo que revistaron como los cuadros del menemismo y gozaron de su entrada al primer mundo (en el que los demás quedamos en la puerta), pasaron rápidamente al aplauso por el default que propuso el Adolfo, se pusieron serios a ser funcionarios del Cabezón, y finalmente se abrazaron cuando juraba Néstor. Un tobogán de la alegría. Hay que decir que se fueron poniendo molestos con el paso del tiempo hasta enrojecer -como no lo habían hecho nunca por vergüenza- cuando Cristina empezó con lo de la “sintonía fina”. Pero no les convenía traicionar y fueron leales. Otros –justicia es decirlo- cambiaron y fueron leales por convicción.

Ahora es otra cosa. Ahora hay que jugar sabiendo de memoria las reglas del vaivén cíclico. Ahora toca “a derecha” y a derecha se bandean. ¿Les da culpa? No, puede que les de cosa pero no llega a la culpa. Bah qué se yo, la verdad. La cuestión es que no retroceden, no tienen largos párrafos consigo mismos, no se pegan un corchazo pidiendo perdón en una carta final. Garcan y punto. El mundo es de los vivos y de los sobrevivientes. Solidaridad las pelotas.

No todos son traidores. Siempre hay grados y problemas de escala. Hay fulanos que no votan en contra del acuerdo con los buitres, por ejemplo, pero se levantan para no votar a favor (porque no pueden/conviene/se animan a votar en contra). Es un gesto y hay que valorarlo en su justa expresión. Nos sirve. Tal vez a algunos habría que haberlos tenido más cerca, haberles aceptado alguna cosa de la que planteaban como para que no se fueran al carajo, o que lo hicieran con menos daño. Son cosas de la Conducción Política, que comete errores y ese es uno de ellos. La moral queda para cada uno, hablo de la necesidad política nomás.

Cuando consideramos traidores a una cantidad importante de individuos, cuando pensamos que gran parte del pueblo es traidor, tenemos un problema. A veces puede ser que una minoría tenga razón, que sean los puros. Que se señale a una mayoría de miserables. Pero hay un problema, compañero, y es que en la democracia de los números cuenta el número. El compañero Borges decía bárbaramente que la democracia era un absurdo abuso de la estadística… y dígame si uno no sonríe un poco porque cuando toca perder tienta decir o pensar cosas como esa.

En esta democracia los números mandan y los votos son números. Quién no consigue votos termina no teniendo razón. Y no puede hacer, que es lo peor de todo. Valores sin hechos es mierda. Eso me enseñó el peronismo y créame que estoy convencido hasta el alma.

Hay algo romántico y heroico en ser traicionado, un placer oculto de perder por estar en la verdad. Pero hay que bancarse el festín de los traidores y es muy duro algo así. Prefiero matizar. Claro que hay traidores, los movimientos populares los producen en serie. No es ninguna novedad.


El problema siempre fue pensar cómo y a cuántos arrastran los leales. Cómo eso se convierte en mayorías. Conducción Política, qué librazo…