viernes, 21 de marzo de 2014

¿QUÉ PERONISMO ES EL PERONISMO?



El peronismo ha sido –desde su nacimiento- el gran afirmador y, al mismo tiempo, el más tenáz refutador del sistema capitalista en la Argentina.

La doctrina y la ideología profunda que la sustenta, diseñan en el imaginario un tipo de capitalismo de Estado, regulador de las tensiones provocadas por las distintas facciones del capital por un lado, y árbitro indispensable para lograr los equilibrios sociales necesarios para la reproducción de la sociedad (capitalista). Un Estado que interviene activamente en la economía, impulsa el crecimiento de la industria y redistribuye el ingreso en favor de los trabajadores y los humildes. 

Bien. Eso ha sido el peronismo de Perón en sus tres presidencias. Si, en las tres. Del período “original” (1946-1955) conocemos los trazos gruesos. Los controles que el conservadurismo liberal de la “década infame” habían ensayado –Junta Nacional de Carnes y Junta Nacional de Granos; Banco Central- se potenciaron con el IAPI , las nacionalizaciones de los transportes y la energía. Se utilizó al máximo la capacidad industrial instalada y se pasó definitivamente del viejo taller a la fábrica, por ser esquemático. Los Planes Quinquenales de aquel peronismo fundacional establecían los caminos para arribar al estadio de la industria pesada, indispensable para un despegue nacional autónomo (tal vez la única posibilidad contemplada en el esquema capitalista).

El desarrollo social propiciado históricamente por el peronismo se condice con ese diseño de base económica. Si se entiende a los empresarios y al capital como un polo poderoso, es necesario equilibrar mínimamente al otro polo, el del trabajo, para ponerse a tono en un proyecto de “empresa nacional”. Además, en un diseño de fuerte crecimiento del mercado interno y culminación del proceso de sustitución de importaciones, es clave contar con consumidores a la altura del desafío. Trabajadores sin ley y al libre arbitrio del capital desatado, genera a la larga o a la corta dos problemas que ningún gobierno con proyecto nacional desea tener: por un lado un obstáculo insalvable para la sustentación del desarrollo económico; y por el otro, la rebelión de los de abajo (más temprano o más tarde).

Si esto lo escribiera un exponente de la izquierda (aún la llamada “nacional”), lo siguiente sería pasar a la fundamentación de un hallazgo recurrente: el peronismo aparecería como “bonapartismo”, “populismo”, o lisa y llanamente como la mejor y más osada herramienta de la burguesía (o de un sector preclaro de ella) para consolidar y asegurar la reproducción del capital y el sistema mismo.

Por suerte (para mi) no es así. Aún acordando con lo esencial del planteo, creo que al asunto le falta la vuelta más interesante. La casualidad de los hechos -más que las causalidades-, entendiendo por “casualidad” el resultado que ocurre sin que fuera el buscado, pero que figuraba cuya posibilidad en el bagaje con el que se abordaba la realidad… repito, ese tipo de casualidad hizo que la alianza de los famosos militares “industrialistas” que lideraba Perón (él y un puñado de camaradas de armas) se estableciera con dirigentes sindicales que conformaban –pero no dominaban aún- la CGT, más sus representados. 

Quedará para la especulación si Perón pretendía un movimiento nacional articulador de una nueva Argentina con antiguos partidos políticos (caso la UCR) y los empresarios comprometidos con el despegue al que aludíamos antes. Si la clase obrera era uno más de los convidados. Lo real suele ser lo verdadero (queda como que lo pensó uno) y el tema es que la clase obrera argentina en su conjunto (mayoritariamente) y con muchos de sus dirigentes a la cabeza fueron el socio, el amigo y el hermano. Así, el peronismo se hizo en familia. 

Teniendo en cuenta este elemento, se entiende la enorme potencialidad que adquirió su programa social, proclamado al tiempo que se hacía realidad efectiva desde que a fines del ’43 Perón pide la Secretaría de Trabajo y Previsión. Lo sabido: todos los derechos del trabajador (la lista es larga, por suerte). Y más aún, cuando Evita se desata con la Fundación y la legislación que se hizo ley con la Constitución de 1949 y el voto femenino. Ampliación de derechos, resarcimientos, homenajes y reivindicaciones. En algunos casos, algo más que una mano en el hombro o una promesa de plegaria. El peronismo se define por la justicia social. Fue justicialismo. 

Había una base social que empujaba y bancaba un programa así. No lo exigía; en base a lo visto entre 1943 y 1946, lo esperaba y por eso habían votado como habían votado. Si no se cumplía, entonces si, en la calle y en la fábrica y gritado bien alto para que se enterara Perón. Porque no se les ocurría culpar a Perón por las demoras y los incumplimientos, sabían muy bien que se trataba de la patronal malaganera, los especuladores y todos esos cosos que la habían pasado de película hasta ese momento. 

Mi amigo Edelmiro F. siempre me dice que el peronismo fue como un colador para las infiltraciones, pero no se refería “a la zurda”. La izquierda nacional como los muchachos de FORJA antes, dice, hicieron un aporte; no vendían gato por liebre. El amigo se refiere en primer lugar al “desarrollismo” de Frondizi y Frigerio que trató de convencer a los compañeros que era posible un Estado de Bienestar con la ayuda de las multinacionales. En la práctica terminó con el plan CONINTES y la represión a los laburantes. 

Era la época del peronismo heróico y esforzado, sufrido de la Resistencia que, si uno mira generosamente es esa época difícil que va desde el ’55 al triunfo del ’73. Un tiempo de radicalización política y lucha que algunos quisieron ver con temor como una desvirtuación del peronismo. Pero la desvirtuación venía de otro lado, de esa pretensión que se hizo costumbre de querer manejar, ponerle cabeza, al gigante bobo. 

Perón volvió y gobernó otra vez. Y más allá de todo (en lo que no vamos a entrar ahora porque nos vamos a otro lado), el año 1974 marcó una recuperación económica incipiente. Cuántos años nos pasamos reclamando los convenios colectivos y el nivel salarial de 1975…

El sufrimiento ideológico mayor fue en los noventas. Con lenguaje peronista se desmanteló el Estado Justicialista y se terminó de pulverizar lo que la dictadura había agarrado a mazazos. No es cuestión de andar contando lo que todos deberían saber. Hasta los trabajadores dejaron de serlo. 

Ahí si fue posible que cualquier cosa fuera peronismo. Sus defectos no pasaban porque alguno metiera la mano en la lata, se aficionara enormemente al turf o corrompiera con cabarutes a los delegados que venían del Interior. No señor, ahora se iba a hacer en serio. El liberalismo podía ser peronista y las marchas fueron de desocupados y de nuncaocupados. 

El problema no era que el peronismo no tuviera doctrina, o que su ideología no saliera del capitalismo. El problema era que muchos peronistas no tenían vergüenza. 

Pero no se notaba tanto, parecía otra desgracia que caía desde el cielo en un país que se hacía anarco sin anarquistas, anómico y puteador del Estado, como enseñaban los señores que habían sido los dueños del Estado. 

De golpe llegó ese peronista que no nombraba a Perón al pedo, el de los mocasines. El de la bic negra. Y se notó. El peronismo fue otra vez peronista, y para muchos pibes fue el primer peronismo. Uno no va a ser la apología del kirchnerismo, negar sus idas y venidas, las zonas sinuosas en que la década ganada tuvo derrotas y errores, porque alcahuetes hubo siempre y aplaudidores también. Pero lo que queda claro, es que el peronismo está vivo. En estos años tuvo y tiene este sello que fue capáz –como genuino peronismo- de ser frentista liderando partidos y movimientista conteniendo nuevas realidades políticas de lo más variadas. Progresistas incluídos. 

En este año y medio, días más días menos, que restan del mandato de Cristina se irá conformando el futuro, más allá de quién sea el ungido del 2015. El peronismo irá hacia una nueva síntesis y a otra etapa de su increíble historia. 

Es cierto que la democracia entiende de números y que los votos son votos. Perón decía que si se quedaba sólo con los buenos, se quedaba con pocos. Para esto hacen falta mayorías, como siempre hicieron falta. Imaginemos ¿no? Que si para transitar un proceso que va del infierno del capitalismo salvaje al purgatorio en el que vivimos, muchas veces no conseguimos hacer que vengan todos los que tenían que venir… que si algunos por esas cosas de la vida le ponen el voto a fulanos que van para atrás (y dicen que van a ir para atrás acelerando). ¿Cómo sería plantear ir para adelante enfrentando a cada poderoso, a cada inflacionador de precios, a cada chorro que vive como un duque y paga impuestos como un jubilado con la mínima, a cada especulador que se las da de empresario? 

Y encima afuera está el mundo, ese mundo desarrollado angloparlante con sus fondosmonetarios, sus clubesdeparís, sus consejosdeseguridad, sus oenegés multinacionales, sus enormes ejércitos. Aunque no salga mucho de todo esto en los noticieros y todo aparezca como una mezcla de corrupción oficial y policiales. 

Este peronismo del siglo vientiuno vino a digitalizar esa foto vieja de fulanos en la fuente, los del techo del tranvía, en una plaza colmada a la noche esperando que les hablaran, pero sobre todo que los entendieran. El peronismo es así, como la SUBE, parece que hubiera existido siempre y entonces uno se olvida… 

O no.