martes, 28 de febrero de 2012

KIRCHNERISMO (PERONISMO)

¿Qué clase de peronismo es el kirchnerismo?



Es una buena pregunta, con respuestas tentativas y múltiples (como todos los temas importantes). En la misma formulación ya uno afirma algo que es un punto de partida (ese algo que no va a discutir por principio; o da para otro debate en tal caso): el kirchnerismo es peronismo.


Me suena “levemente” gorila pensar que puede haber muchos peronismos, sobre todo porque da la posibilidad de que cada uno elija el suyo e invalide al resto (y automáticamente, como se hace en todos los casos en que lo identitario está en juego). Porque como decía Marx, “el peronismo es la síntesis de múltiples determinaciones”. Pero dejemos eso ahí.

La multiplicidad de peronismos si me parece aceptable hablando de procesos y momentos históricos, nada más. Y entonces, me parece que el kirchnerismo –sin dejar de parecerse y diferenciarse de todos esos momentos peronistas- es nuevo y único.


En principio (y pese a la coincidencia por simpatía), intuyo que no tiene mucho que ver con el “setentismo”… No están las “pautas programáticas” de Cámpora, sino un difuso “proyecto nacional” (y ya vamos a charlar un rato sobre esto si querés); no se plantea el “socialismo nacional”, seriamente al menos. La verdad es que nos estamos cuidando bastante de considerar que andamos en un camino revolucionario. ¿Y por qué será? Porque antes no había ocurrido la cacería del ’75 ni el genocidio de la dictadura, por decir un algo. Porque también le perdimos el respeto a la Revolución, a fuerza de mas de un desengaño fulero. Otro dirá que peinamos canas y nos aburguesamos… siempre hay un pelotudo q’vaser.


De los setentas este momento tiene la impronta de la defensa de los derechos humanos y el tema de los desaparecidos, de sus hijos. El rescate de la política como la única actividad humana que puede transformar la realidad social y económica. Un dejo de principios –más o menos formulados, pero no declamados al pedo- que nos recuerdan a algunas cosas imborrables de Cacho el Kadri y que, efectivamente, no fueron colgados en la puerta de la Casa Rosada.

Hay si una cuestión generacional y por ese camino, también ideológica. Y no muchas más similitudes. Las “formaciones especiales”, la JTP, el PB, y demás no tienen nada que ver con las agrupaciones de hoy en día, y esto no es un demérito sólo decir que no hay repetición de ese pasado (sin tener en cuenta muchos otros de los ochentas y noventas).


En segundo lugar y por contrapartida, el kirchnerismo coincide poco con el peronismo “ortodoxo”. No es nostálgico, y si lo es tiene un propósito que lo aleja de la efeméride y la cita de relleno. “De Perón y de Eva hay que acordarse cuando se gobierna y no en los discursos”, le escuché decir a Néstor electo y aún no asumido.

El kirchnerismo tiene al PJ como su partido de origen, lo considera imprescindible y no sólo por un cálculo ligado a la gobernabilidad. Quiere al PJ, le tira el escudito y se pone la camiseta. Pero no lo adora y lo puede dejar de lado, zamarrear, ignorar. ¿Circunstancias del liderazgo? Puede ser, pero voy más por una ambigua relación que no se puede resolver. Algo también ligado a los setentas pero con una conciencia mayor de la necesidad del aparato en el que se referencian millones. Ojo al piojo.


Pero igual, el kirchnerismo se caga en los íconos. No tiene nada que ver con las décadas del cuarenta y cincuenta, esos tangazos grabados con un rayador de fondo, los telenovelones radiofónicos, fotos cepia, malvones y madreselvas. No construye con eso y entonces choca inevitablemente con ese peronismo básico (no de “básica”) que requería sólo de una doctrina y veinte verdades. El kirchnerismo no es mejor, pero es un animal más complejo.

Uno estaba tentado a pensar (y lo dije muchas veces) que se parece enormemente –y por lo tanto es continuación directa de- al “primer peronismo”, es decir la experiencia inicial del ’45-’55. ¿Y sabés que no tanto? Ese peronismo de Perón tenía que construir un Estado Popular, relevar y planificar, tener un plan (los Quinquenales), controlar la producción y el comercio exterior (IAPI), nacionalizar sectores de la economía, construir empresas del Estado, y poner –al mismo tiempo- en valor al trabajador para equipararlo a los otros factores de poder. Todo eso.


Néstor se planteó el camino de regreso del infierno. La “reconstrucción nacional” debía hacerse teniendo en cuenta agujeros, zonas y gente que no estaba. La generación del ‘80 había abdicado hacía mucho y sus nietos vivían afuera. No había que convertir a los talleres en pequeñas industrias, sino tratar de que hubieran pequeños talleres, mientras se negociaba con la gran industria. En los cuarentas el monstruo financiero vivía en la City londinense, se calzaba el sombrero de cowboy y sobrevolaba una Europa que se hacía puré. La verdadera “guerra mundial” de estos tiempos fue la globalización, definitiva, imperceptible, sin retorno. Este es otro mundo.


El kircherismo tomó de todos lados. También del neoliberalismo. Aprendió mucho de esa malformación peronista que se conoce como “menemismo”. Y así como no se nos ocurre pensar la vida sin celular ni internet, se comprendió que hay cagadas a las que había que buscarle la vuelta para que fueran a favor. Superávit fiscal hay que tener, no hay discusión. Algo de inflación también, pero no toda la imaginable. Las cuentas son importantes (eso de “pesito a pesito se va haciendo el montoncito”). Y defendieron en los noventas el interés de la provincia (de Santa Cruz). No podían impedir Repsol, pero podían –y debían- cobrar regalías. Y así tantas cosas.


Aprendieron en el menemismo las articulaciones del poder y sus múltiples facetas. Que no se puede descuidar ninguna. Hay algo de pérdida de la inocencia; es justo decir que todos la perdimos. No sería posible pensar este momento si prescindimos de los noventas. Algo así como decir que no le debemos nada a la postmodernidad (y no por eso nos revolcamos con la miseria de los postmodernos).


Sin embargo (a no tentarse), no se trata de un “neoperonismo”. Nada que ver con esa cabizbaja supremacía del peronismo “político” frente al poder sindical, esos temas de la “doble representación” que James le atribuyó al movimiento obrero peronista (el movimiento obrero, bah), y se terminó de hacer mierda con Luder y después la “renovación” inconclusa a lo Cafiero.

El kirchnerismo demostró que arriesga para ganar (y a veces pierde), que no es pusilánime (como el neoperonismo que corrió paralelo a la generosidad trágica y romántica de la Resistencia). Juega siempre, aún cuando parece que se guarda (porque hasta ahora, no se guarda) y redobla la apuesta. En este sentido es leal obcecadamente (así como era Cámpora) porque se remite a cuestiones fundacionales (a la teoría peronista de la que sale la doctrina para la acción). No pretende reemplazar ni prescindir de Perón, sino de repensarlo (ahora que hace mucho que no está).


Inquieto y “moderno”, incorpora cuestiones de la agenda progresista. El tema de la igualdad cultural, sexual (cuando la igualdad no es económica, porque ese es un tema exclusivamente peruca). La diversidad y sus consecuencias. Han hecho una verdadera pirueta que los enaltece, conjugando peronismo doctrinario y relativismo cultural. Aunque alguno me dirá (y coincidiré) que el peronismo contiene ese relativismo a la perfección.


Eso si, tiene un problema original, como un pecado de origen. Huérfano de una tradición que fue masacrada, sin compañeros ni mayores, se tuvo que bastar a si mismo y encontrar las respuestas sin interlocutor externo. Y por lo tanto no pudo confiar en casi nadie. Llegado al “poder”, se paró como Estado. Como un “Estado de todos”, no un Estado clasista. Como el Estado que deseamos y no el que la razón nos obliga a entender. Y desde allí los problemas con la CGT y con los demás “factores de poder”. Muchos compañeros a veces (me incluyo) tememos que la relativa independencia estatal se vaya de rosca. Otros, un poco más pelotudos (que no son compañeros y si muy gorilas), ven soberbia y tendencias “totalitarias”. Tratemos de mantener el nivel de análisis en tal caso.


El kirchnerismo es peronismo explícito. Tuvo partida de nacimiento en un desastre que se corporizó como drama en el 2001. Es tributario de la crisis de representación, de la caída libre de los partidos políticos y las instituciones. Toma nota del descreimiento y también de las ganas de creer. Es la corriente política más activa, eficiente y eficaz que existe en el país.


Y para terminar por ahora, un par de palabras a nivel personal (como que lo demás lo dice montoto). Llegué al peronismo, no estaba, lo he abrazado con la cabeza y el corazón. Uno se hace cargo de toda la historia, no se elije el pedazo que se puede bancar. Y desde ahí, uno llega al kirchnerismo porque coincide tremendamente con el peronismo que supimos tener.


Sinceramiento, explicitación de contradicciones, lo concreto en una situación concreta en base a una línea. Esas cosas que es necesario tener dando vueltas para no volcar (algo tan común en nuestro país).


El kircherismo es el peronismo del siglo XXI. Y si algún compañero tiene otro que lo ponga arriba de la mesa.

viernes, 24 de febrero de 2012

AGRANDAR LA NACION

A principios de la Dictadura (1976-1983), el equipo económico que dirigía J.A. Martínez de Hoz sintetizaba sus anhelos en una publicidad muy difundida: “Achicar el Estado, es agrandar la Nación”. Y si bien el aparato estatal creado durante el primer peronismo (1946-1955) no fue desmontado entonces, si se avanzó en el desmantelamiento industrial siguiendo la lógica de reestructurar la sociedad en un ajuste estructural regresivo, con una clara hegemonía financiera. Cómo sabemos (y hay algunos que al parecer aún no se enteraron), la represión ilegal y feroz tenía como objetivo precisamente eso. Y moldear cabezas (objetivo cumplido).

Pasó el tiempo, se recuperó (como se pudo) la democracia y los vientos del “Consenso de Washington” soplaron neoliberalismo huracanado con su receta (también conocida, pero nunca está mal la reiteración): disciplina fiscal, prioridad del gasto público en educación y salud, reforma tributaria, tasas de interés positivas determinadas por el mercado, tipos de cambio competitivos, políticas comerciales liberales, mayor apertura e la inversión extranjera, privatización de empresas públicas, desregulación y protección de la propiedad privada. Y mucha guita (prestada así, “de onda”) a todos los países subdes que hicieran buena letra (como la Argentina, por decir un algo).

Y ahí nomás cae Menem con la “Ley de Emergencia Económica” y la “Reforma del Estado”, para dar el tiro de gracia a un fulano que estaba de rodillas (el país, nosotros). Completar el desmantelamiento industrial y hacer carne esa lógica que reemplazaba la producción por la dictadura de los centros financieros internacionales (el traidor siempre es un compañero, remember).

Se privatizaron la petrolera YPF, Aerolíneas Argentinas, ENTEL (teléfonos), gas del Estado, la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, Obras Sanitarias, los aeropuertos, el correo, la energía eléctrica, la seguridad social, dos plantas siderúrgicas, el Mercado de Hacienda de Liniers, las radios, los canales de televisión, las carreteras, los ferrocarriles.

Y dicho todo esto, vamos a las historias mínimas…

Algunos dirán que la gente pedía a gritos que se privatizara todo. No es así, pero la idea de que el Estado era un mal gerenciador y había avanzado sobre la sociedad civil, es decir, reemplazado el rol de los privados en la economía, se hizo hegemónica.

Los teléfonos eran un desquicio. Había esperas de hasta quince años para tener uno, trámites kafkianos, burocracia enfermiza. Tener una línea era una cuestión remarcable.
No se vinculaba a todo esto la lucha del gremio telefónico y la histórica Lista Marrón que planteaba la cuestión estratégica de las comunicaciones para un proyecto de liberación nacional. Sólo que los teléfonos eran difíciles de conseguir.

Nadie sabia (no se acordaban, nadie se los contó) que el Sindicato de Luz y Fuerza se cogerenciaba SEGBA (Servicios eléctricos del gran Buenos Aires) en los setentas y no le estaba yendo mal (mucho menos que su Secretario General, Oscar Smith, todavía está desaparecido por encabezar la defensa de la empresa y los trabajadores).

Que la Caja de Ahorro (junto con el INDER, Instituto Nacional de Reaseguros) establecía el precio testigo de las pólizas en el ámbito nacional y era una barrera para la voracidad de las Aseguradoras internacionales sobre un mercado de enorme importancia. La hicieron mierda desde adentro, asegurando imposibles y sacando dinero como si se tratara de una cantera para cubrir otras áreas del Estado deficitario.

Todas las semanas aparecían Neustadt (Dios no lo libere del pozo en que lo debe tener metido) y Grondona (aún no fumaba habanos en cámara) limando la cabeza de una audiencia que reproducía slogans, ideas sin mucho fundamento y un incuestionable ideario reaccionario con pretensiones de “sentido común”. El Estado es un mal administrador. Se gasta el esfuerzo de todos los argentinos en corrupción de funcionarios y políticos. Los servicios son malos. Lo privado es mejor. Los privados son dinámicos, eficientes y modernos. La competencia (entre privados) es saludable y mucho mejor que los monopolios estatales. Basura que se demostró una y mil veces como falsa, pero que aún integra el “ideario” de muchos argentinos.

Y así se entregó todo. Con la imprescindible complicidad de funcionarios (estatales), políticos, congresos y sindicalistas que venían curtiendo la onda cipaya desvergonzadamente. Muchos están todavía, …esas cosas.

Todo esto viene a cuento por estos días de tragedia y acusaciones cruzadas. Cuando se queden solos los deudos y los heridos, cuando los medios cambien la pantalla, será momento de ir viendo abajo del agua (esas que bajaban turbias).

Desde acá (este blog), claramente uno es “estatista”: todas las empresas privatizadas deben volver a la gestión estatal. Para empezar. Y ver… cómo construir un Estado serio que ponga a raya a empresarios (porque la economía está mixta y globalizada), también a sindicatos (porque a veces se nos salta la cadena) y a los políticos que traen inflación de contratos y burocracia (esos, no todos).

Uno sabe que este (estos) gobierno K agarra los problemas de a uno o de a dos, pero tiene clara la lista. No se si Cristina opina que el Estado debe tener empresas (como las tenía el Estado Peronista original), si se que fue capaz de imponer y cumplir una agenda que jamás hubiéramos soñado. No es poco.

El último elemento que me falta en esta reflexión son esas “cabezas moldeadas”. Algo así como que hay que reeducar al Soberano. Que son esos tipos y minas apiñados entre los hierros, los que vagan por la estación, esos boludos y boludas (como uno) que shoqueados frente a la cámara se indignan, lloran, se desarman y te hielan los huesos.


Saqué datos e ideas de:

"Continuidades y estrategias del neoliberalismo a 35 años del Golpe y 20 del Plan de Convertibilidad" por Arturo H. Trinelli en www.elortiba.org

www.portalplanetasedna.com.ar

sábado, 11 de febrero de 2012

SAYHUEQUE


Indio malo por mis ojos blancos

señor gaucho, compadre de mis hermanos

soy el señor de las Manzanas que vuelve.


Y la tierra era algo más que tu desierto.

No somos lo que debes perseguir

-para esclavo de tus clavos ya tienen a Jesucristo-

de nuestra sangre solo sale sangre.


Señor:

el ganado tuyo es el nuestro

nuestras las plumas y las mantas.


Viajaré hasta Buenos Ayres en el ferrocarril

O por el mar que es otro país

Y no vas a recibirme.


Yo voy a perderme entre tu gente...


Indio malo por los únicos ojos que van a verlos

la pampa es el mar en el que navegan tus huesos,

perdido e invisible.

Tus chinas

mis sirvientas

Tus mozos

mis peones.

Tu galope de malón en mis museos

ya verás, varón.


Señor gaucho:

Manzaneros somos y venimos aquí

a jurar por la República Argentina

como ciudadanos de antes,

tengo una mesa para tus oficiales,

para los colonos y los de la ciudad.

Tengo una mesa sin servir porque no tengo

qué ponerle arriba.


Setecientas lanzas traigo

y me siguen dos mil quinientos más.

Respeto traigo

derrota callo;

mi mano está tendida

¿dónde está la tuya?

Me das una tierra,

tengo aún la mía en algún lugar

¿qué vamos a hacer bajo el cielo

aún con la ley

cuando dejes de buscarme?

Ya he venido.

Se acabó la guerra

temo que no sobreviviremos a la paz.


Tengo el honor de noticiarle a ud que esta tierra

ha sido redimida

y que los parciales que aún rondan

vagan sin sus caciques y capitanejos

bandidaje pronto a ser capturado

por el bien de la República.


Señor gaucho

Jefe del país de las Manzanas

yo me he entregado.

¿Porque nunca vas a entregarte?

Volarás y no llegarán a esa Europa

Señores,

aquí están las remington y las lanzas

el alcohol, los uniformes y los documentos de identidad

las planillas con los nombres que nos han puesto.

Mi lanza colgada en una pared

para que la vean todos los turistas

y las artesanías

para que las compren todos los turistas argentinos que vendrán.


Estoy perdido entre tu gente…


Son ellos los que malonean ahora

¿no vas a hacer nada?

No voy a bajar del bronce

que los hermanos me han hecho en su corazón,

No voy a ayudarte.

Miro la pampa y el mar

miro adentro mio

y te veo.


Dios volverá huinca,

Dios que es blanco te mirará mal.

Habrá un lugar en mi toldería

para llorar

y redimir juntos esta tierra.


De otra manera.


Sayhueque se presentó en el fuerte Junín de los Andes junto a 700 indios de lanza y 2500 de chusma el 1ª de enero de 1885. Fue el último cacique pampa en rendirse en ese episodio de la barbarie argentina conocido como la “Conquista del Desierto”.

martes, 7 de febrero de 2012

ORA PRO NOBIS (que yo ya no quiero)

“¿Es que tu has matado a un hombre, niño?”

La voz del capellán en susurro atravesaba la rejilla del confesionario, y hasta podía ver brillar su diente de oro como cuando levantaba la hostia grande en la consagración. Ojos pequeños, acuosos y sin vida. Lejanos. Una pelada absoluta y el tono extranjero.

Claro que no había matado a un hombre. Quería conocer un poco acerca de la relación entre la naturaleza humana, el alcance y dimensión del perdón de Dios y el concepto trascendente de la justicia. A los ocho años. Y no. Si un hombre mata y luego se arrepiente, ¿Dios es capaz (y quiere) del perdón? La respuesta me desilusionó y fue la primera incomunicación con la Iglesia.


La religión es así. Sin embargo, a principios de junio del ´63 volví llorando a casa. “Se murió el papa”, le dije a mamá buscando su abrazo. Nos habían enseñado el luto y el valor del respeto a la muerte. Y la del Papa era la más importante. Mucho después me enteré algo más acerca de Juan XXIII y su Concilio Vaticano II (y la apertura de mis ojos hacia muchas otras ventanas).

Era un colegio lasallano, privado con aporte del estado (esa cosa que dura y dura) pero no acomodado. Se trataba de que se mezclaran las clases y las situaciones. Así tenía compañeritos de familias bien (comerciantes bien) y algún otro que venía de la villa, o de familias “disfuncionales” (es decir, aparecía la madre nada más).


El hermano Nicasio blandía la campana en su mano regordeta e imponía respeto y disciplina. Algún sopapo también. Adoctrinamiento, también. Le recuerdo el ruido de cadenas de los pecadores que bien podían andar por los pasillos de casa, el asalto de la noche y la necesidad de estar preparados para morir, la fragilidad e inutilidad de la vida humana y la fastuosidad del reino de Dios. El peligro constante del Diablo. Su ceguera de un ojo nublado, la expresión bonachona tras la ferocidad de la sotana y la figura imponente, la renguera, el pelo gris y al ras. Nos preparaba para la primera comunión dejando bien claro que era un cambio de estado, más que de vida. Pertenecíamos a la comunidad de los cristianos (católicos, que era lo mismo) por el bautismo, pero aún no éramos miembros plenos de la Iglesia. Ensayamos con hostias no consagradas y me sorprendió esa levedad que recordaba lejanamente a la masa y se disolvía al instante en la boca. No tocarla con la lengua ni con los dientes. Alguno se atragantó de los nervios. Manos juntas, se va en doble fila y se retiran por los costados en perfecto orden y silencio. Y silencio.

El que haya organizado los viernes de la confesión, debe haber sido un estratega o un ingeniero oculto bajo los hábitos. Eramos un grupo numeroso y pasábamos por interminables filas de bancos largos, de esos que tienen el apoya rodillas para rezar (y que no se debe pisar) haciendo filas, hileras, pero varias porque abastecían a cuatro o cinco confesionarios. Y así nos ibamos entrecruzando, siguiendo el turno y la dirección correspondiente al confesionario asignado. Todos sabíamos y a nadie se le ocurría preguntar nada. En la Iglesia (el edificio) no se habla en voz alta. No se habla, es lo mejor. Dios está presente en todos lados, pero en su casa mucho más. La altura, las imágenes, el aire medieval y simil piedra, los bancos, la nave central y las dos laterales más chicas, el altar mayor y los secundarios, todo eso aplasta la individualidad y la hace diminuta. El poder de Dios, sólo eso. La luz entra apenas por los vitrales desde lo alto.

Uno de los mayores problemas que recuerdo de esa primaria fue un viernes que nos comimos algunos caramelos antes de la misa y no pudimos comulgar. La culpa hizo uno de sus primeros ensayos, buscando en el tiempo mayores motivaciones para hacer nido en el alma y alimentarse de mi para siempre.

Sin embargo, no tengo recuerdos espantosos ni pesadillas con la educación religiosa, y me costó mucho entender las críticas que compartí mucho después y las marcas tortuosas que dejo todo eso en muchos niños y niñas que crecieron con la Iglesia detrás.


Me formó la Iglesia, la trato como a una vieja nodriza que enloqueció y comenzó a matar bebés. En algún lado la cobijo, como un zombi con síndrome de Estocolmo, por amor.