jueves, 8 de septiembre de 2011

PALESTINA es un país.

Donde hay una necesidad, hay un derecho. Nosotros la tenemos con eso, pero hoy voy a usar esta frase magnifica que nos dejó Evita para referirme tal vez a una de las necesidades más fundamentales. Una que tiene que ver con la identidad y la cultura. La necesidad nacional.

No pretendo entrar en la discusión de finales del siglo XIX sobre si corresponde que cada pueblo (por “etnia”) deba necesariamente tener un “hogar” Nación con su territorio. Pero si pensar profundamente que un pueblo, unido por la cultura, un pasado en común, un proyecto de futuro y además una larga lucha por la soberanía nacional, tiene derecho a reconocerse en su país y dentro de sus fronteras. Es un derecho que afirma, sin negar al “otro”. Es el caso de Palestina.

El pecado –que se esconde en toda denegación de derechos- se llama colonialismo. Y “coloniaje” viene a ser la justificación culturalista de todos aquellos que ayudan desde lo ideológico a la denegación de ese derecho y resulta ser que no están entre los opresores, sino entre los oprimidos o los débiles (para ser más suaves). Esto también es parte del problema, de no darse cuenta de que en esto que estamos hablando hay una injusticia que se comete contra todo un pueblo.

Los palestinos vienen de rifa en rifa, primero con el Imperio Turco, luego con los “protectores” ingleses, luego las Naciones Unidas, finalmente con Israel y sus aliados, sobre todo los Estados Unidos. Les han dicho y hecho de todo: migraciones forzadas, ataques indiscriminados, expulsión de su propia tierra, masacres, demonizaciones, deshumanización. Han sido parias, “terroristas”… o simplemente un “algo” que no debía existir. Pero los pueblos suelen ser tozudos de toda terquedad, y más cuando tienen razón.

Imaginemos en concreto lo que significa este derecho nacional… “izar la bandera, cantar a la Patria”, ir al mercado, hablar con los vecinos, sentirse parte de, sentirse acá. Una casa, un barrio, ir al colegio, hacer los deberes, tomar la leche, juntarse el domingo. Pasear por la calle, mirar vidrieras, ir al cine, comentar en el bar un montón de boludeces con los amigos. Discutir de política, de deportes, de minas y de fulanos. Sentirse a salvo, ni pensar en eso. Quejarse del gobierno, apoyar al gobierno. Que la vida simplemente fluya y que, un buen día, uno se muera y los que te conocen lloren. Y que los hijos te recuerden, que la vida te respete. Algo que tiene que ver con la Dignidad. Callada, de a diario, como una costumbre. Y sobre todo, que la Patria no corre peligro.

Tener derecho a equivocarse, a arrepentirse de un voto, a tener una burguesía, a sindicalizarse y pelear por lo que se cree justo. A recordar estos días como historia y que las historias personales reemplacen lentamente a los grandes acontecimientos.

Quererse, juntarse, separarse, encularse con alguno. Divertirse. Que los chicos crezcan. Todo eso, pero como palestinos. Todo tipo bien nacido –diría mi abuela- entiende estas cosas. Y si uno se dice peronista, mucho más aún.

En estos días, la Autoridad Palestina (el gobierno) intentará que las Naciones Unidas voten afirmativamente un estatus nacional para su pueblo, es decir, que se reconozca a Palestina como un país con plenos derechos y miembro de la comunidad internacional. El corazón de uno, y el de muchos en todo el mundo, está con ellos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

LOST

Perdidos. Perdidos y solos en la playa observando el desastre, sin comprender cómo llegaron hasta allí. Más patético aún porque se habían imaginado como una cabecera de playa, algo así como el comienzo de un “tiempo nuevo” que nunca llegó.

En medio de los restos del avión, ya hay grupos que piensan en abandonarlos, tomar sus propios caminos o simplemente, abandonar una playa tan expuesta. Al igual que en la serie, uno como seguidor empedernido traza hipótesis: son parte de un experimente, restos de la guerra fría, están atrapados en una paradoja del tiempo… Quién sabe.

Creo –y arriesgo otra corazonada- que no existió un plan previo, o mejor dicho, un plan coordinado. Se trata más bien de micro emprendimientos de gente que no comprendió aún muy bien qué fenómeno se hizo visible catastróficamente en el 2001.

Ricardo A, por tomar un caso destacado, ve su “tiempo” tras la muerte del Padre. Mide, redescubre un partido político con trayectoria (centenaria, les gusta decir pavoneándose) en un estado de debilidad y falta de liderazgo. Aparte de ser su padre, Alfonsín fue el último gran líder que aunaba la pose de Alem, el aguante del Peludo, la verborragia de Lebenson, el cálculo de Balbín, la parsimonia y la imagen de Illia. Un último grande respetado, finalmente, por propios y extraños, dueño de alguna manera de los oropeles de la recuperación democrática. Ese que entusiasmó por segunda vez a una juventud entusiasta (la primera fue la de la JP, la última la de Néstor) y planteó, así de corrido, el Tercer Movimiento Histórico. Una mochila muy pesada de llevar, sobre todo si los trajes te quedan grandes.

Encima, el pobre malcriado oteó el horizonte y lo hizo mal. Usó la tan cacareada pertenencia a la socialdemocracia como papel de diario en baño de estación, y en lugar de spotearse con Binner se tomó una sangría con el colombiano naturalizado que camina el conurbano bonaerense. Y le cayó mal. Porque resulta que el colorado De Narvaez es un representante de la derecha (él dice que “peronista”, aunque lo seguro es lo primero). Los radicales, que todavía creen serlo, enloquecieron y mucho más después de que todo resultó mucho peor que lo esperado.

El problema –no el único- es que “lo esperado” era posicionarse en las primarias del 14 de agosto como la segunda fuerza, cerca del primero, y pensar en un escenario de segunda vuelta para octubre. Y de paso, hacer un estrago en la provincia de Buenos (Daniel) Aires. Todos sabemos lo que ocurrió.

Voy al otro ejemplo… Eduardo D (el malo, obvio) se convenció que tenía que volver de su retiro político, no le quedaba alternativa. El bañero-estratega revolvió el altillo de su bagaje cultural y encontró: la industria del país pastoril, el orden, el olvido, las buenas costumbres y la siesta colonial. Todo un combo conserva que tiene un hálito de antigua vigencia en el imaginario peronista de los cuarentas. Humanista al fin (concejal de la Democracia Cristiana en los setentas), piloto de tormentas probado, era el indicado para llevar el timón hacia el siglo XXI (evento que tuvo lugar hace once años).

Sólo tenía que juntar todo aquello que fuera herido –por acción y/u omisión- por la aplanadora K. Lo llamaron “peronismo federal”, pero duró muchísimo menos que el federalismo criollo. Lo bueno es que a los Rodríguez Saa, la Camaño, el don Luis, Puerta, Das Neves y demás, los unía y los separaba el mismo sentimiento: el espanto. Así salió.

Se tomaron tierras en el Indoamericano, se prolongaron hasta el imposible los idus del “campo”, se atormentó con todas las posibilidades y las imposibilidades del choreo al ciudadano, se jugó al temor, al terror, se fomentaron las virtudes de la amnesia. Se pronosticó el diluvio universal (sin tomar en cuenta de que el primer mundo es el que lo está viviendo) y, sólo quedó el recurso de denunciar un fraude, un falseamiento de telegramas, un algo informático. El recuento oficial de las PASO (hecho por la Justicia) le dio el incómodo tercer puesto, cerca del segundo, a años luz de la primera.

¿Cómo fue que llegaron a esa playa? Misterio del que no pueden salir. Y además hay personas perdidas como en toda catástrofe (personas “desaparecidas” tiene otra connotación que merece respeto y justicia). Lilita se perdió en las aguas profundas, uno teme por los tiburones.

Perdidos, pero no víctimas. Parecen más “La isla de Guilligan” que “Lost”, pero a no engañarse. Son gente peligrosa.