miércoles, 17 de agosto de 2011

El país de don José

Don José era un tano que vivía enfrente de casa. Tosco y amable a la vez; era constructor. Es decir, seguramente albañil (como el tío Miguel, del que algún día voy a contar un par de cosas) devenido con el tiempo y el laburo (progreso inmigrante) en contratista. Hizo el edificio de cuatro pisos que se veía desde la ventana del living. Cuadrado, feucho, un muestrario de materiales, cerámicos, mármoles y decoración (todo junto),pero sólido. Un piso para ellos, un piso para cada hijo.

De alguna manera yo viví mucho tiempo en el país de don José. Pero fue cambiando…

Una tragedia se llevó algunos pedazos de lo que llamamos adolescencia. A muchos conocidos o no, porque hay desaparecidos que uno conoció después. Acá pasa todo al revés. Tuvimos un principio de modernidad, un largo período de postmodernidad y ahora, estamos intentando que dure un poco más la modernidad. Pero todo se mezcla.

Vivo en un país en el que uno se pone contento y puede estar mal antes o después, el mismo día. Que tiene los cuatro climas y todos los humores. Con gente callada, humilde, soberbia, encaprichada. La gloria convive con algunas bajezas y entre ambas, se burlan del justo medio.

Es un país para patriotas ignorados (hasta por ellos mismos) y para cobardes y traidores con mucha prensa. Supo ser casi siempre socialmente injusto, económicamente dependiente y políticamente colonizado. Los gobiernos “populares”, contándolos todos y haciéndose el generoso ocupan menos de sesenta años de los doscientos que contamos de “historia independiente”.

Encima, como dijo un inglés (del que ignoro su nombre) tuvo siempre un “centro”, Buenos Aires, la capital de un imperio que nunca existió. Problemas.

Ahora no queda otra que mirar palante y no solo eso, porque el que no pueda tener la cabeza abierta está afuera de verdad. Pasan cosas, han pasado muchas cosas después de la década del 60 y del 70. Está madurando una cultura de la democracia, a poco menos de treinta años del ’83.

Los nacidos en 1983, cumplieron dieciocho en el 2011… fueron chicos durante todo el menemismo. Descubrieron que “peronismo” tenía otros contenidos con los Kirchner. Vienen votando en las últimas elecciones. Muchos de esos son nuestros hijos, muchos no ven las cosas como nosotros, muchos igualmente votan lo mismo que nosotros.

A ellos no les quiero romper las bolas contándoles que de muy pendex (pero muy) viajé varias veces en tranvía, que conocí el troley, que fui al Ital Park, que el primer supermercado que vi era Gigante, que mi vieja me compraba para potrear un blue jean (después vaquero). No quiero que alguno sienta culpa o nostalgias de una época que no vivió (los sesentas y los setentas de nuevo), como si esta no fuera una época para ser vivida.

Es un país con ciudades para melancólicos, para inviernos largos y amores que se cuelan por una puerta entreabierta. Fulanos que escriben y no son escritores, un poco como esos cantantes que tienen el escenario bajo la ducha. Gente común. La que uno –ya humildemente de tanto errar juicios- putea y besa de tanto en tanto cuando parece que no pasa nada y está pasando.

El país de Don José. De Don José de San Martín. Ese. Y sabés… estamos siempre en un Plumerillo, armándonos, preparándonos para cuando las cosas importantes ocurran, porque casi sin darnos cuenta, como decía, ocurren. Los Andes son tomar el bondi, llegar al laburo, llegar con el sueldo, comprarse algo en cuotas. Salir de la facultad y tomarse un café con otros, preparar un exámen. Sacar conclusiones en una conversa que siempre queda ahí y siempre se retoma. Verse en familia. Llamar a tu hermano que se fue un fin de semana a Entre Ríos. Perder elecciones. Ganar elecciones.

Curarse en salud de nuestra historia. Bicentenariarse por ahí. Animarse al pensamiento de corrido y no al rejunte de consignas. Que te crean, que les creas.

Defender un par de principios que no van a cambiar por nada. Tener la mirada larga para el resto. El abrazo fácil, el orgullo en silencio como un tigre. La bandera en alto, como el resto de las banderas. Justa, Libre y Soberana. Porque lo demás no importa nada. Nada.

Vamos bien don José.

jueves, 11 de agosto de 2011

Esa mina.

Es frágil. Es fuerte. Está allá lejos, los focos me la hacen más lejana. Los focos nos dan en los ojos.

Muchos actos, tantos actos, cierres de campaña, aperturas, reivindicaciones, actos políticos, gremiales, proclamaciones de fórmulas, actos, caminatas, marchas. Campaña. Discursos, palabras, palabras bien, las que nos interpretan, las que nos dicen y dicen sobre nosotros. Palabras que encierran ideas. Rejunte de consignas, listado de realizaciones de un gobierno. Manos que levantan manos en triunfo, papelitos de a chorros, aplauso, aplausos. La marcha. El himno. La marcha afuera, la marcha de a pedazos. La marcha a destiempo. Muchos actos.

La avenida Maipú. La puerta que Isabel hizo arruinar con chapones de metal (el miedo del miedo). Carteles de “en venta” de las inmobiliarias de la zona. Gente airada, con odio, con rabia, con una rabia destemplada (como toda rabia). La yegua, que se vaya la yegua. Y uno lee el subtitulado en perfecto español: viva el cáncer. Son buenos vecinos de Vicente López, son de otros lados. Son una manga de hijos de puta.

Estoy cansado de escuchar cosas, de ver cosos por la tele. Gracias a la nueva ley de partidos, los mensajes igualitarios de todos los preprecandidatos me tienen las bolas al plato por saturación o por convección. El mismo tipo que uno no soportaba se vuelve cómico de tan repetido.

Las cosas importantes, como la rotación de la tierra, apenas son perceptibles justamente porque ocurren. Pasa con los cambios de fondo también, sucede con las revoluciones culturales. Pasa con muchas cuestiones de nuestro gobierno (este, el de la yegua). Y a veces cierro los ojos –casi dormido, casi aburrido- y veo a los pibes que levantan las noutbuc crecidos, con hijos, haciendo de grandes y de ciudadanos, haciendo de nosotros. Los pibes de la asignaciónuniversal caminando hacia el laburo, apurados, pensando en una cita que regale un buen fin de semana. Los tipos que recuperaron el laburo, los que laburan por primera vez, los veo jubilados haciendo alguna boludez en la casa, recibiendo a los nietos un domingo en casa.

Me despierto sobresaltado. ¿Esto sigue no? Si no, va a ser como los pibes de la Fundación que uno no sabe qué fue de ellos, si recordaron siempre Chapadmalal, el mar, la nieve, la montaña, los juguetes. Las chicas de las máquinas de coser… O si todo terminó en un llanto que tuvo que disimularse y se transformó en un rocío eterno todas las mañanas de invierno.

La veo en el estrado. Le queda el costado intimista, el resto lo digo Amado. Le queda hablar en familia, entre compañeros aunque todos sabemos que se transmite en directo. Pero habla de ella y de ese tipo que hoy no está. Y no puede ser que no está. Eso que le paso, lo del corazón y el pecho, para defenderla. Para quererla. Y veo que lo busca y nos mira, uno por uno, como si pudiera encontrarlo entre nosotros. La metáfora ya me mata.

Un presidente militante, una Presidenta coraje. ¿A quién impresionar con la propia militancia de entrecasa, de cabotaje?

La mesa grande que en una punta tiene a los viejos (que ahora si cobran una jubilación rescatada), en la otra punta los chicos que van al colegio a estudiar y no a comer, en el medio los padres que llegaron de trabajar. Una imagen que se cristaliza sólo porque no estaba. ¿Y quienes son los turros que se realizan en una comunidad que no se realiza? Hallazgo en el remate de Amado, lo de la mesa grande.

El amor que va y viene desde el teatro al escenario, a esa tarima con el atril y a esa mujer que los focos no alcanzan a tapar. Veo viejos militantes, morochos duros de sindicato, grandotes de campera. Absortos, con la boca abierta y los ojos en vidrio, moqueando como pelotudos. La mina los(nos) atravesó mal. Primero nos pasamos un dedo como sacando una basurita, después refregamos los parpados con algún disimulo. Terminamos pasando un panuelo de papel, o dejando que se sequen las lágrimas, mostrándolas como una condecoración.

Algunos nos quedamos, algunos muchos, porque los queremos ver, porque queremos decirles algo. Y pasan esas cosas que te dicen que si, que es tu gobierno, algo de compañerismo y complicidades de estar en lo mismo con esta gente común que tiene responsabilidades importantes. Un bien Débora, Nilda cada día me hacés mejor, Chivo siempre con vos, palmada, manos, saludos a otro y otro que va pasando hacia la salida del Coliseo.

Los monos se mueven porque viene ella. Y viene, de negro, más baja de lo que uno piensa, chiquita pero uno la ve enorme. Con lágrimas, esas de verdad. Saluda y saluda y saluda. Quedo ante sus ojos mientras pasa. Ahora las gracias son para vos. Sonríe levemente y los ojos grandes otra vez se le nublan y sigue.

Qué Presidenta, la puta madre. El Jefe de Gabinete asiente y me sonríe.

Su mano llena de arrugas se toma de la almohada, otra vez se despertó antes de las seis. Costumbre de viejo laburante levantarse siempre temprano, aunque ya no haga falta. Mira la sábana y sus ojos apenas abiertos recuerdan la otra sábana bordada “Fundación Eva Perón”. Se sienta en la cama y (me) dice al aire: Nunca me olvidé, nunca.

lunes, 8 de agosto de 2011

Dame un poco más de ti

Ricardo Alfonsín (h) quiere llevarnos al país en el que ya estamos; Duhalde nos recuerda que cuando las papas quemaban, él nos salvó y de Mendiguren (y asociados) se comieron el guiso. Lilita Carrió nos exhorta a no ser tan putos por una vez, y apostar al desarrollo sin corrupción (sorry gorda). Hermes Binner muestra el hospital que hizo en Rosario y lucha denodadamente porque le asome la sonrisa sin que se le venga en banda el labio. Altamira y Castillo dan lástima sin solución de continuidad porque parece que si no alcanzan el 1,5% van a deportarlos. De Narváez nos muestra que vivimos en peligro, en un constante y espantoso peligro en el que los zombis van a terminar mascándonos el cerebro (y todavía debe tener un plan). Un gordo (que seguramente tiene la camisa salida del pantalón y la corbata con manchas de grasa) nos recomienda votarnos a nosotros, y no a los políticos (fiera, eso es ilegal si no oficializamos boleta antes).

Y debe haber más, es que no veo tanta TV de aire (soberbia de marquesitos). Sería extremadamente cómico, si no fuera porque no lo es. La oposición no es cómica, en algunos casos es sumamente trágica.

Duhalde miente cuando dice que enfrentó la crisis sin represión, sigue negando el puente Avellanera y a Costequi y Santillán. ¿O no tuvo que armar el bolso antes de tiempo en su interinato? Nunca será presidente elegido, espero que Dios nos siga teniendo en cuenta…

Ricardo A. (aunque no me cayera en gracia su padre, no quiero emparentar a este salame con ese presidente) me aterroriza cuando sugiere que “modificaría” y/o dejaría sin efecto la ley de medios.

No voy a buscar más ejemplos, me bastan estos dos. Carrió no está en carrera y los otros son un chiste fácil. Pero no me cabe duda que demolerían este país actual, que tirarían por la borda el esfuerzo de estos años, que se arrodillarían ante los poderosos y se pondrían duros con los humildes. No me cabe ninguna duda que retrocederíamos tanto, pero tanto, que la crisis del primer mundo nos partiría al medio en poco tiempo.

Necesitamos un rato más… un rato más para que crezcan los pibes de la Asignación Universal, para que usen hasta cansarse las netbook, para que los del primer trabajo hayan cambiado para mejor a otro y a otro, para que las viviendas se terminen de construir y que los nuevos miembros de los consorcios se preocupen por su mantenimiento, para que termine el zanjeo y la llegada del agua corriente y el gas no sea una fiesta. Necesitamos más ser un país normal que no va patrás, nunca más. Y que la gente se levante con la mirada a tono con la dignidad.

Esto es un spot. Claro. Necesitamos cuatro años más de Cristina. Y muchos años más de nosotros. A quién le importa que la Patria sea grande, si el pueblo no es feliz. Son dos cosas que van juntas.

miércoles, 3 de agosto de 2011

LA FILA

Hacen la fila. Algunos tienen cara de apurados, es domingo y siempre hay algo que hacer un domingo. Otros no, están serios. Como ven que vamos a buen ritmo, no hay enojos.


Es inevitable pensar en lo que van a votar. O mejor dicho, pensar en por qué van a votar así. Es el voto indolente, estúpido, de derecha, de la no política o de la anti política… cuántas certezas sin contrastación, sólo con la realidad como testigo y verdugo.


Viene uno que quiere pasar con los hijos. Y si. Nos tratan bien, sonríen algunos con algo de nervios, otros de educados, los hay que están muy seguros y pueden ser amables, aparecen los callados que apenas hacen un estiramiento de labios. Pero todos, todos quieren estar a la altura. Será el barrio.


A la altura de qué… Me interno de caminata de otros domingos hace mucho por la avenida de jarrones de Parque Lezama, en un invierno como este pero con más frío en el alma. Y me voy atrás, cuando fui felíz una vez antes de la posterior y antes de ahora. Me veo como si fuera otro en la cola. Veo a un fulano que soy yo con un pibe de algo más de año y medio a upa. Es el ’85, legislativas y no era invierno (o si). Dejo el documento, es la segunda vez que voto. La primera en el ’83 (me tocó perder, como ahora), antes la dictadura, yo hubiera votado por primera vez en 1977.


Entro al cuarto llevándolo de la mano. Le muestro las boletas, las revuelve, lo reto, las acomodamos de vuelta, me mira. No entiende demasiado, pero se da cuenta que es uno de esos momentos como cuando comenzó a tomar bien el tenedor, a soportar el jabón sin abrir los ojos. Acá votamos, elegimos a los que van a mandar, ves, así, el que papá piensa que es mejor, esto se llama democracia. Ahora ya está, salimos. Salgo y pide brazos otra vez, después lo hago caminar un poco, tardaremos muchísimo en hacer cuatro cuadras. Lo pensé unos años después, pero eso fue lo único, Francisco, que pude(imos) darte, te debemos la justicia social, la salud, la educación, la liberación nacional, la felicidad de todos porque si no no habrá felicidad. Te debemos. Pero no hay más milicos, hijo, no hay más.


A la altura de eso. Se trata de eso y tienen cara de eso, más allá de lo que están votando. Veo en los ojos la seguridad de tiempo tomado, les gusta votar, les parece bien votar. No tengo ninguna duda. Puta, es un motivo de abrazo. Aunque más no sea el único. No se.


Ya a esa altura en el ’85 aún no estaba Emi. Se iba a casar mi hermano. Hacía menos de tres años que se había muerto el viejo. Euge llegaría en menos de cuatro años. Mi vida daría muchas vueltas. Durante mucho tiempo dejaría de militar. En otro tiempo dejaría de trabajar en el lugar que lo hacía. La vida comenzaría una y otra vez, como si fueran varias vidas. Calculo que a muchos les pasa.


Fui fiscal muchas veces, general, de mesa (como esta vez), uno lo sabe de memoria, mira con piedad, suficiencia o paciencia a los presidentes de mesa. Confraterniza por lo general con otros fiscales, soporta a los fiscales generales de partidos chicos que hacen las 24 horas de Le Mans en ochocientas mil mesas, critica la comida (o no), tiene expectativas (o no), se cansa y se aburre, se tensa en el escrutinio (o no). Un día distinto al del resto de los mortales que sólo hacen fila, votan y vuelven a su domingo.


Es algo normal y en este país (este país) no es muy normal este tipo de costumbre. Para nada y sin embargo, parece que siempre hubiera sido así. Y esto más allá de lo que voten, si se taran de tanto en tanto, si infantilizan la percepción del derecho en si, si tienen malos momentos. Uno no siempre se lleva bien con la democracia.


Y también está la política, las ideas. Ideologías. Tachín, tachín. Para uno es serio y está bueno de tanto en tanto reírse un poco de uno. Porque es en serio, muy en serio.


Y porque… algunas deudas se están pagando, lento, medida a medida, pero se están pagando. Carajo. Ojalá esos hijos algún día me digan, cuando ya esté dispensado de hacerlo: Papá, querés ir a votar, te acompaño.